No me leas

Y aquí estáis, queridos lectores, leyendo más por aburrimiento que con pasión. ¿Qué esperáis encontrar, un poquito de entretenimiento? ¿Quizá ánimos? ¿Quizá la solución a vuestros problemas, amores y vacíos? ¿Comprensión? ¿Una justificación? Iros a la mierda. No me interesan vuestras penas. Estoy harto de vuestras quejas. Basta de querer decir todo el rato frases ingeniosas y elocuentes, todas esas mierdas tan bonitas que tanto os atraen. ¡Os odio! Me drogo mucho, me gusta pajearme y tirar el semen por la ventana y así contaminar vuestro pelo y vuestra comida. Dejadme en paz, quiero estar solo. Sólo digo esto para llamar vuestra atención antes de acabar y poner punto final, así, sin decir nada. Intentando tan sólo demostrar que no soy vuestra puta ni vuestro bufón. Dejando claro que mi intención no es hacértelo pasar bien, que no vendo ninguna salvación. No soy un anuncio de publicidad, sólo quiero creer que puedo decirte cuanto quiera y que, aunque te meta cocaína en el culo, llegas hasta aquí, porque a estas alturas no me interesa tener al lado a quien sólo busque un juguete que lo haga reír.

Dios ha muerto

Me acuerdo de la primera paja que me hice porque fue el mismo día en que murió mi abuela. Me la hice precisamente porque murió mi abuela. No sé qué edad tenía, pero hay detalles que se me quedaron. Esa noche estando ya dormido llamaron por teléfono, lo cogió mi padre. Yo le pregunté con voz de tonto que quién era, y al escuchar su respuesta me alegré. Dijo: tu abuela se ha muerto, y entonces lo primero que atravesó mi cabeza fue un "por fin". En realidad ni yo mismo me esperaba esa respuesta, hasta ese momento no sabía cuánto deseaba que mi abuela se muriera. Y ahora pensaras que, yo qué sé. Que estoy pirado o algo así. Vale. El caso es que ella llevaba un tiempo en el hospital, adonde mi madre la visitaba diariamente. Mi madre, la misma que fue maltratada de cría y que compraba harina para hacer el pan en el horno y así poder mantener a la vieja desagradecida que nunca dio nada por ella. Aunque reconozco que alguna vez le tuve cariño, de muy pequeño, pero conforme pasó el tiempo fui creciendo y la dejé de considerar como mi abuela para pasar a ser la puta esa que enfrentaba a mis padres, convirtiendo la casa donde vivíamos en un hogar en llamas al cual yo no quería volver tras salir del colegio. Nos envenenaba  a todos, siempre rechazó a mi padre, a mí me hablaba mal de él. De el hombre que no tenía sensibilidad en las manos porque se las dejó en el taller, trabajando para sacar adelante la familia. Venga ya. Lo que yo veía en casa no era una abuelita, yo veía a la que estaba detrás de los llantos de mi madre sola en la cocina. Quería que la mandasen a la mierda y nunca he sabido por qué seguían cuidándola, como si ese fuera su deber. Como si no hubiera otra que aguantarla hasta que se muera. Y en fin, esa noche en que me hice la primera paja mi madre estaba en el hospital, como siempre, haciéndole compañía a eso que quedaba del cuerdo gordo y fofo de mi querida abuela. Un montón de piel de pollo con demasiado pellejo y bigote. No era capaz ni de levantarse a cagar y después de tomar la medicación, laxantes y demás, la casa entera olía a sus cagaleras, pedorretas que sonaban como pompas rompiéndose, como diciendo, esto es lo que soy. Cuando era un niño y mi madre decía "besa a tu abuela" la verdad es que me daba asco. ¿Cómo iba a darle cariño a un bicho que aún en su lecho de muerte se esfuerza en joderme? Como si tuviera derecho a ello tan sólo porque un día folló borracha y no le puso el condón a la polla con cirrosis de mi abuelo. No, no me dio pena que se muriera. Me alegré. Y en el momento me sentí como un cabrón hijodeputa y me di asco, pero al momento se me pasó. Me hice una paja no sé muy bien por qué, supongo que por eso mismo por lo que más tarde me follé a esa tía que hasta me caía mal, pegándole en el culo. Por hacer algo cutre y feo. Y me corrí por primera vez y cuando vi el chorro de lefa saliendo, de la puntita, estrellándose contra el váter, pensé que esa porquería blanca era cuanto de pureza quedaba en mí. Todo lo bondadoso y bello y sublime, escupido ni siquiera por la boca, sino por esa cosa rara que tenemos entre las piernas y que ocultamos bajo la ropa interior. Por donde meo echando fuera de mí lo que sobra. Sentir placer con esa paja fue como disfrutar de matar a Dios, ese gilipollas moral y correcto cuyas últimas gotas vi colgando del glande, mientras me parecía una cosa tan extraña que me puse a apretarme la polla hacia fuera, agarrando el pellejo y empujando hacia la punta, intentando sacar todo cuanto quedara de esa mierda blanca y pegajosa fuera de mí.

Matrioska

Vamos a jugar a un juego. Un juego en el que vaya a tu casa, de madrugada, y charlemos hasta el amanecer. Como dos buenos amigos, sin mirarte las tetas. Como si nunca hubiéramos follado y lo único por lo que voy a verte es porque en tu salón viajo a otra realidad, a otro planeta; llamo al telefonillo, digo nuestra contraseña y tú abres una puerta dimensional, recibiéndome en algún lugar del espacio exterior con tu música, el vaso de Martini y el olor de tu salón, ese lugar en el que compruebo que efectivamente existes y tras lo cual todo encaja un poco mejor. Los colores que brillan más, levantarse con una sonrisa de felicidad, ya sabes. Esas tonterías. Juguemos a un juego en el que te digo que he echado de menos tu habitación. Practiquemos la confianza, ese juego en el que nos vamos juntos a la cama, sin que vaya a pasar nada, nos decimos, hablando mientras tanto de nuestros últimos ligues, sintiendo tu respiración cada vez más  cerca, más fuerte, al tiempo que intercambiamos una mirada en la que nuestras intenciones se encuentran y dicen la verdad; los dos sabemos qué está ocurriendo en realidad, pero sigamos jugando. Hagamos como que sólo te doy un masaje, aunque nunca sea tan sólo un masaje. Hazte la dura y recházame, como haces siempre; apártate y dime que no, que eso quedó en el pasado. Juguemos a beso, verdad o atrevimiento y atrévete a decirme que ya se te ha pasado eso de tener ganas de follarme cada vez que me ves. Dime que ahora estás con otro, que la cosa parece funcionar bien; jugaremos a que me apartes las manos de tus tetas, negando que te guste cuando note tu coño mojado tras el pantalón. Juguemos a beso o verdad y deja que me ponga encima de ti, diciendo que no y presentándome sólo la justa resistencia, la mínima para que consiga atrapar tus brazos con mis rodillas y la boca te quede a la altura de mi ombligo. Y luego no digas nada, no te sorprendas de que me la saque sin avisar y bésala, es parte del juego. Chúpamela mientras me pides con la mirada que te diga guarradas, que te tire del pelo y pegue guantazos en la cara. No te quejes, no hables, méate de miedo y borrachera y sólo quédate de rodillas mientras te niego incluso el placer de tragártelo, sacándote la polla de la boca y pajeándome hasta correrme en tu cara, acertando en un ojo sin que siquiera te diera tiempo a bajar los párpados. Luego me sentaré, con la respiración agitada. Tú dirás que te debo 5€ por hacerme de puta, que en cuanto te pague podemos dejar de jugar. Que no hace falta que siga actuando, que ya me puedo ir. Juguemos a decirnos la verdad y te diré que no, que sigo queriendo quedarme a dormir. Démonos cariño, aunque no responda a tus abrazos; intenta que abra la boca, aunque me de asco tu lengua. Juguemos a continuar con la fiesta, aunque ya me haya corrido y ahora todo me parezca asqueroso y sin sentido. Abrázame con tus piernas y pídeme con tus besos que te folle, aunque ni siquiera se me levante. No preguntes qué me pasa, no quieras más humillación. Ponte a cuatro patas y ofréceme tu sexo como un regalo abierto para mí. Dime que si me apetece te puedo dar por culo. Finge tus gemidos e insiste en que te folle como lo sé hacer, que te rompa el coño. Acepta que te lo haga sin condón, lo que sea por sentirme dentro de ti. Aunque empieces a reconocer que lo que pasa es que no tengo ganas de estar junto a ti. No te quiero, no me gustas; si te trato mal no es un juego, es que me das asco, ni se te ocurra pensar que te lo comeré. Sigue chupándomela hasta que ya no aguante más y me den ganas de llorar. Juguemos a tragarte mi polla flácida sin conseguir que me empalme, no hables más que para confesar que esto es lo peor que te he echo jamás. Lo único que hiere tu orgullo: no hacerme sentir placer. Juguemos a ese juego en el que el sexo se vuelve cruel y escúchame, sácatela de la boca que no ya no quiero ni que me la chupes y escúchame: si te he pegado y escupido y hasta rechazado es porque en quien pensaba no era en ti, sino en C.

Águilas follando mientras vuelan

Caminar con lo puesto, coger con tus propias manos la comida de cada día, arrancándola de los árboles bajo los que descansarás al anochecer; porque el dinero no crece de la tierra, pero casi todo lo demás sí. Trepar un risco -descalzo, para agarrarte mejor- y al mirar hacia delante no ver más que horizonte, una promesa bonita siempre por cumplir, animándote a seguir. Hablar hasta pasada la madrugada porque, si lo decidimos, este será nuestro fin de semana; y follar porque llega la oscuridad, acariciándonos, salvajes, como lobos en celo que aúllan a la luna de los enamorados. Arroparnos con las mil luces que brillan en el cielo, el mismo brillo que tienen los ojos de una mujer bonita invitándonos a su habitación. Darte baños de barro rojo y pintar con los dedos tu piel; en vez símbolos arcanos como el ABC, figuras agazapadas en el arcén, disparando flechas a un camión. Que el clima sea lo que se huele en el aire, descifrando las futuras lluvias o el soleado en la brisa que acaricia una cara desconocida, sin espejos donde te puedas reconocer; una cara que tan sólo puedes intuir en los charcos que quedaron tras las tormentas, los ciclones bajo los que te duchas en bolas mientras gritas renegando de Dios, bailando con los rayos y demás ídolos paganos como el bosque o un tambor. Tomar setas alucinógenas y no ver madera, recursos, leña. No ver ya ni siquiera la palabra á-r-b-o-l, sino encontrarte de frente con algo más; algo imposible de pronunciar, mágico, y que late al mismo ritmo que tú. Algo que también respira en una fotosíntesis de locura donde dejas de unir los puntos que dan forma a cada constelación, volviendo a llamar a las estrellas por nombres más antiguos que aquellos que les impuso la razón. Saltar, desnudo y temerario, a pozos  y cuevas donde nadie se adentró; descubrir el mundo que hay a la altura de la mierda de serpiente, los misterios que se encuentran bajo cada piedra, el subsuelo donde habitan las hormigas y los gusanos, hojarasca y cuerpos putrefactos haciendo de abono orgánico, todo ese fondo podrido negro que no es sino el universo pugnando por nacer en una flor. Eso es lo que me cuesta el alquiler cada mes; no es dinero, es todo aquello a lo que renuncio cuando cada noche programo el despertador.

Dime algo sucio

Por lo mismo por lo que aspiraba el humo de los porros de mi padre, escondido tras el sofá, sin que quedara maría en el aire que fumarse pero tragándome hasta el fondo esa infantil sensación de estar haciendo el mal. O por la misma cosa por la que te sigo llamando de madrugada, a pesar de que luego no pueda dormir; por eso por lo que quiero saber cómo te lo hizo, si se corrió rápido o si supo morderte. Si te agarró bien el culo. Aunque me cabree. Aunque luego llore mientras me pajeo pensando en ti. En fin. Por esa misma razón por la que sigo escribiendo aunque baste entrar a internet para saber que hay millones mejor. Por ese mismo motivo por el que tengo una relación de coqueteo con esa chica mala que son las drogas, sin saber decir que no; por eso por lo que repito "estoy perdido" y vuelvo a decir sí una vez más, fumando marihuana siempre que tengo ocasión. Por eso por lo que volvería a besarte aunque ello signifique romper el futuro, sentenciar el final. Porque siempre pega resaca, con el éxtasis no hay morosos. Todo el mundo sufre por su dosis de alegría. Y sí, volveré a decir sí a todos esos rechazos. Porque no estamos aquí ni para luchar ni para sufrir; porque sí, joder. Eso es lo que quiero decir cuando voy borracho y te repito una y otra vez "fuck la mierda", sabiendo que es ridículo, disfrutando de hacer el gilipollas sin querer irme hasta que enciendan las luces y suene la última canción. Aunque nos queramos morir. Y sí, ya sé que no va a pasar nada. Nada. Pero ahí estaré, por eso mismo por lo que me río cuando sé que no hay nada más que esperar. Que esto es todo, gilipollas. Por eso por lo que le digo a la gente que no se confunda, que claro que es malo, pero que tienen que probarlo. Porque me gusta ver vibrar tus tabiques nasales esnifando hasta el alma el sonido de los altavoces, poniendo tus neuronas a bailar hasta desfallecer exhaustas de speed. Porque no quiero imaginarme a los cuarenta o cincuenta sin haberme hecho daño, aunque cada día tenga más ganas de decirte adiós. Te odio, que lo sepas. Sólo que no me lo creo ni yo, que únicamente me parece bueno aquello a lo que te puedes enganchar. Te quiero, te quiero. Y quiero hacerme aún más cicatrices para saber qué se siente, aunque sepa que cada vez nos acercamos más a picarnos la vena. Porque da miedo. Porque ya no sé en qué día estamos. Porque en el límite no hay tanta diferencia entre ser un yupi o un yonki o un idiota enamorado. Por eso por lo que no me importa dejarlo todo para irme contigo, pues para mí no hay nada que perder. Y ahora sonríe, venga. Por esa misma razón por la que más disfruto cuanto más claro me queda que es feo. No quiero a esa tan mona que me proporciona estabilidad, quiero que me acompañes a robar. Y si suena la alarma escuchar qué hablas con el tío ese que te tiras, porque si me para la policía y me pregunta por qué por qué por qué les diré que no me arrepiento, que de tener la oportunidad me dedicaría al terrorismo. Porque me gusta ser un fracasado. Porque me encanta disfrutar de todo y hasta de lo puto peor, porque me gusta bailar como sólo los comemierda se pueden mover. Por eso por lo que me empalmo al meterte la lengua en el culo. Dime algo sucio, vomítame pájaros de colores. Pégame. Tírame a la cara El principito. Tanta idiota y sólo me engancho a las que muerden al chupar. Pues bien: arráncame la polla con los dientes mientras sonreímos al fin del mundo. 

No hay música

¿Sería posible hacer un libro sobre alguien a quien no le sucede nada? Una historia sin crímenes, sin capítulos que acaben siempre en el momento oportuno para enganchar al lector, pues éste ya sabría de antemano que nadie va a encontrar el amor; imagínate, por ejemplo, una pareja que va a una cafetería, charlan un rato, pueden incluso discutir, o darse un beso, yo qué sé. Lo normal. Y luego -cuando sea- piden la cuenta. Y ya está, ahí acaba. ¿Se vendería algo así, tan poco epopéyico, tan cotidiano? Una historia donde los protagonistas sean gente de a pie, con esa clase de drama diario que te deja sin saber qué pensar. Como cuando se te muere un ser querido, que preguntas por qué por qué y no hay respuesta alguna, sino que sólo puedes llorar.  No hay ningún guionista en los cielos a quien puedas culpar y pegarle un puñetazo.No sé. No dejo de pensar que si quisiera hacer un retrato de verdad, auténtico, con el que alguien pudiera realmente identificarse, en fin. Entonces tendría que escribir sobre un anónimo. Aquel que se equivoca de número al llamar y que, cuando cuelgas el teléfono, te preguntan: ¿quién era? Y tú dices: “nadie”. Ese tipo de gente con quien te encuentras en el metro y que, si acaso, miras un rato. Un minuto, dos. O tres, da igual. Lego te vas. Sin volverlo a ver jamás. Extras que al final de la película se mueren sin haber aparecido nunca en pantalla, pues su cometido en la vida era vender melones, pasear al perro mientras su niña juega al ordenador. Uno de esos adolescentes que con granos o sin ellos más pronto que tarde crecerá y la modestia podrá con él, acabando con esos sueños de ser alguien. No digo importante, digo alguien. Cuando morimos no hay banda sonora, todos somos abono orgánico y la única música que nos despide es la que emiten las máquinas que tienes conectadas a tu corazón. Pliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin. Hace tiempo me colé en las ruinas de un teatro romano, ya de madrugada, cuando no había nadie más que el guardia de seguridad. Un enorme monumento que miramos desde fuera, como turistas, sin pisar nunca el escenario principal. Y allí es donde me puse a corretear y bailar, sintiéndome excluido de la Historia al tiempo que las suelas de mis zapatos pisaban las mismas gradas donde hace tanto tiempo unos tipos con túnicas blancas se sentaron, con sus preocupaciones de entonces y sus cosas de ellos. ¿Qué haría el cocinero del César a eso de las tres, después de comer? Me pregunto si alguien bailará sobre nuestra anónima tumba colectiva en el año 3000, haciendo arqueología de nuestros cómics como si fueran una antigua religión, ignorando que el propósito real de cada escritor era abrir las piernas de aquella tía de la que entonces estaba enamorado. La vida pasa y cada vez nos conformamos con menos; ser una estrella del rock, la casa de tus sueños. Y al final consigues ese puesto por el que todo el mundo te felicita y luego, una tarde cualquiera, le confiesas a un amigo que, joder. Que estás harto. Que odias tu trabajo. Que no dejas de pensar en esa tía que conociste el otro día y de la que todavía no sabes nada. Bah. Piénsalo: el Big bang, un petardazo de dimensiones divinas, y, luego, ya casi al final de la eternidad, nos encontramos con que no sólo no tengo ni puta idea de qué hacer mañana por la tarde, sino que además se me ha acabado el tabaco y no sé quién coño es esa que tengo al lado cada mañana al despertar.

Passeig de Gràcia

No es que nos fijáramos el uno en el otro mientras viajábamos en el metro, entre toda esa otra gente. Tampoco es que ella fuera una de esas bellezas que duelen, ni yo, sólo es que estamos haciendo el trasbordo de una línea a otra, y, en los pasillos, me encontré –de casualidad- con que caminábamos a la par. Un túnel la ostia de largo y tan sólo ella y yo, andando a la misma altura, sin siquiera mirarnos de reojo. Sin premeditación, sin mediar palabra, simplemente coincidimos y durante un momento pareció que caminábamos juntos, o eso hubiera pensado cualquiera que pasara por allí; nos acercábamos el uno al otro un poco, lentamente pero cada vez más, como dos personas que caminan en paralelo y que tan sólo se unirán en el infinito. Lejos, faltando nada para acabarse el paseo, nos juntamos; no sé si porque los dos lo deseábamos o si simplemente sucedió así, por inercia; quizá es que ninguno se terminó de dar cuenta de lo que estaba sucediendo, pero el caso es que,  faltando pocos pasos para el final, se rozan nuestras manos -casi nada, lo justo para que nos separemos antes de que lleguemos a intuir nuestra piel- y entonces cada uno se gira y sigue con su camino. Yo fui en una dirección, ella fue en otra. Y fin.

Cordón umbilical

Bajo las escaleras del metro mientras hablo con mis padres, diciéndoles que pronto me quedaré sin cobertura; no dejan de insistir en si estoy bien, repitiendo que si me pasa algo puedo contar con su ayuda, a lo que yo me limito a responder como un robot; tengo ganas de hablar con ellos, de verdad, pero de algún modo las palabras no salen de mi boca. Me limito a decirles que sí, que me va genial; les digo eso mientras cruzo el torno, colándome ahora que no hay seguratas. Les digo que muy bonito todo mientras tengo que colarme en el metro porque en verdad ya no tengo trabajo, me echaron, y ahora se me empieza a agotar el dinero.  Y claro que tampoco les digo que mi dieta se ha monotonizado en pasta y arroz. En su lugar les cuento maravillas de la nueva ciudad en la que vivo, en qué mato el tiempo y lo bien que me van las clases, hasta que al final hablo de todo menos de lo que de verdad me importa, sin que siquiera me sale algo bonito que les haga ver que me importan. Que aunque me haya mudado y viva lejos me acuerdo de ellos, que si no los llamo es porque estoy ocupado; que yo también los he echado de menos, por más que ahora quiera colgar. Y así llego al andén, entre muchos sí sí y algún te llamaré; rodeado de gente, todos esperando. Oigo a alguien hablando por teléfono, dejando caer lánguidamente frases parecidas a las mías y a la de tantos otros -a ver si hablamos; sí, nos vemos, hasta luego-, y estando los demás callados y escuchándose tan solo a nosotros dos parece que nos hablemos el uno al otro, manteniendo una conversación no muy distinta de la que yo mismo tengo con mis padres; una rutina de falsedades prefabricadas que termina por aturrullarme y que hace que me imagine con cara de idiota, hablando con quienes se supone que debería tener confianza pero no es así. Están alargando la despedida más de lo que soporto y ya no sé ni qué decir. Al final me salva el metro; me monto en el vagón y la llamada se vuelve cada vez más difícil, todos esos no te escucho y se me va a cortar, sus llámame pronto y un te queremos que apenas me llega y al que no puedo responder, interrumpido por el ruido de las vías y el adiós que no le digo ahora, sino antes, cuando me fui, porque ahora ya estoy lejos y la línea invisible que nos une hace tiempo que se rompió. Guardo el teléfono.

Sé que no los llamaré.

La risa del payaso

No reconozco al payaso ese que me mira desde el espejo. Es tan ridículo. Sé que me mira a mí; es más, sé que soy yo, pero tenerlo frente a frente, bueno. Supongo que este es el momento en que me arrepiento de haber probado las drogas. Llevo varios minutos aquí parado, los músculos de la cara estirados y formando una risa falsa, tensa como un grito mudo. En serio, ¿este soy yo? Me miro y no me veo a mí, es como si algún hijodeputa me hubiera arrancado el yo de la cara. Quizá es por eso que se desencaja cada vez más, sin que pueda controlarla. Sin nada que dé unidad a ese montón de hueso, pelo y pellejo que parece escupido ante un lienzo, distorsionándome en una expresión de horror. Algo tira de los labios, descubriendo las encías, al tiempo que el pánico tiembla en ese vacío que en otro tiempo fueron mis ojos. Un par de pupilas negras como pasillos de película donde no se sabe muy bien qué hay al final. Recuerdo que podría darme media vuelta, es decir, si mis músculos aún fueran míos, pero en este instante no hay antes ni después; no hay lugar al que irse, sólo esta risa que se tuerce en mueca. Cierto murmullo crece en mi interior como una intuición, diciéndome desde un más allá desconocido que esto es la locura; un más allá inefable, que juega a mostrarse y ocultarse y en el que se oye, de fondo, que este es el momento en que la broma deja de ser divertida. Quizá es que las drogas abrieron puertas dentro de mi cabeza que debían quedar cerradas, y ahora, con los goznes volando por los aires, mi nombre y yo mismo se me escapan por entre estos dientes que se abren ante mí, esa sonrisa a punto de llorar de miedo que no obstante no dice nada, pues tras ella no hay nadie que pueda decir nada. O quizá es que la vida se ha vuelto demasiado loca en estos veintitantos, este comenzar a ser adulto en que uno necesita drogarse para poder entender el mundo en que vivimos y donde nadie es nadie, pues sólo hay fantasmas tras las máscaras.

En cualquier caso, no lo sé.

Lo que sí sé es que a estas alturas no tiene ni puta gracia.