Spotify

Oh, Spotify. Mi compañero. Mi gran amigo, amante. Querido Spotify. Te sueño por las noches, cuando te dejo encendido. Te necesito en mis peores momentos, en el trabajo. En la distancia, te añoro. Pulsar tus botones, bucear en tus rincones. Escuchar tus gemidos a todas horas. Ostia puta, Spotify. Decir que he caído entre tus piernas como en las infinitas discografías, en fin, de todos mis grupos favoritos conocidos y aún por conocer, joder, no es una metáfora, es una realidad. Te amo, Spotify.

Fregaplatos

http://www.youtube.com/watch?v=4xAbb9LCCsI


Bum bum. Bum bum. Cada vez que llega una pila de platos a la pica los cojo por el borde, y, golpeándolos de canto contra el cubo de basura, para que caigan los restos de comida, suena ese mismo bum bum. Bum bum. Como los latidos de un corazón. Puedes adivinar la actividad del restaurante en el ritmo de ese bum bum. Bum bum. Como si ese maldito sonido fueran los beats de un tambor tocado conjuntamente por todos los clientes; si dejo volar la imaginación, de pronto ese bum bum no es provocado simplemente por unos platos sino que es el sonido de todas esas vidas que, al salir del trabajo, de paseo con su familia o qué sé yo, vienen a comer. Bum bum, bum bum, sí, pero lo que yo escucho no es un simple golpeteo sino la palpitación de toda la ciudad. Bum bum. Bum bum. No deja de tener su aquel que el corazón de esta gran máquina de cables y humanos -la esencia de este absurdo hábitat urbano- sea una habitación fría y sin pasión llena de mierda donde sacar brillo a un montón de platos que vuelven a ensuciarse una y otra vez. Bum bum. Bum bum. La vida no va de lo que te mereces, sino de fregar los platos de otros. Bum bum. Bum bum. Me da por pensar que yo mismo no soy más que una extensión de ese ritmo cosmopolita. Mis sueños no son más que una canción sujeta a la base de ese bum bum. Bum bum. Una melodía subordinada a la batuta de esta urbe que dicta si tengo tiempo libre o no, cuándo puedo cruzar la carretera y qué película ir al cine a ver. Bum bum, bum bum, que si lo traduces del idioma propio del asfalto, el dinero y los horarios a mi lengua -con la que hablo mirándote a los ojos o te beso al anochecer- no significa otra cosa que un imperativo trabaja. Corre, venga. Y entre tanto sácate una carrera. ¿Escuchas ese bum bum, bum bum? Es tu jefe, dando golpecitos con el índice sobre su reloj. Bum bum. Bum bum. No vale que te quedes atrás, sin aire, mantén el paso. Tienes que pagar el alquiler. Pide otra copa si hace falta, pero continúa, no me digas que no aguantas el ritmo del bum bum, bum bum. No pares, sigue bailando. Dópate, así tendrás tiempo para vivir de noche si no te queda día mientras escuchas en alguna discoteca cierto rumor a bum bum, bum bum. Atento, eso que oyes es tu vida pasar. Bum bum. Bum bum. Un grifo estropeado, vomitando el eco de todas las lágrimas al caer. Bum bum. Bum bum. Tirar los zapatos en un rincón, ataúdes que rebotan contra el suelo al romperse las cuerdas de un niño titiritero que jugaba a crecer. Bum bum. Bum bum. Dadme más platos, hazte otra ralla sobre la carátula de un cedé. Bum bum. Bum bum.

Bum bum. Bum bum.

Fuck la mierda

Ya sabes, esas cosas.

La tristeza tras la masturbación, cuando el placer se convierte en soledad. Todo el tiempo de espera en cada cola, cada día, durante toda tu vida, hasta que al final caes a una tumba, amén. Montar en el metro y cruzarte con cientos de personas pero con ninguna mirada, sentirte solo como sólo te puedes sentir en una gran ciudad. Si has vuelto de fiesta, borracho y en autobús, lo sabes. Y ese grito por la ventanilla de algún coche, escupiendo frustración mientras apenas amanece aún el lunes, joder, chaval, no veas la que te espera todavía, cada semana es una vida y esta empieza tan mal como la anterior. No tenerte respeto a ti mismo y llamarla una vez más, tirártela aunque al principio no te gustara, pero, venga, follar provoca cariño y a veces algo más. Creo que entiendes a lo que me refiero, aunque no quiera decir amor. Todo es un poco como la china esa de la tienda que habla en números, marcando el precio en la calculadora porque no habla español. Porque no habla ningún idioma que sirva para comunicarnos porque ningún idioma sirve para entendernos, al menos mientras siempre digamos lo que queremos y nadie pregunte qué necesitas tú. Apretar los dientes al pensar en la cantidad de energía desperdiciada en cada guerra, los millones de llantos que se suceden en este preciso instante en las manos de cualquier adolescente buscando amor en internet. Todos esos corazones cerrados como el puño de un padre que no sabe con qué va a alimentar a su familia o dónde ir a vivir. Pensar en todo eso y, en fin, bah.

Cosas que me hacen reír.