Érase una vez el capitalismo

"Plaf". Así es como suena una lubina marinada contra el arcén, un cuerpo muerto y con los ojos secos debidamente condimentado para satisfacer hasta el mejor paladar; aprf, primero viene el golpe en seco, el desparrame de tripas y luego el "hijosdeputa joder", la indignación, el pringado de turno mirando hacia arriba sin comprender -siempre tardan en darse cuenta de la realidad- qué ha pasado ostia puta cabrón, ¿en serio es que un perturbado se dedica a tirar por la ventana menús de degustación? Pues sí, a ver si te doy en la cabeza hasta mancharte las ideas con aceite del Penedès, lubricando tu ciudadanía haciendo del malo que necesitas para sentirte bien culpándolo de las desgracias de la humanidad. Y con la lubina he fallado, pero aún me queda el consomé de bogabantes y una bomba de racimo con sabor a caviar, ¿en el fondo qué más da? Mi amigo el hijo de un buffet de abogados -la justicia al mejor postor- dice que lo que él hace no es tirar comida sino vomitar la Verdad; para él para él como para otros muchos más, la gente es mierda y lo que hace lanzando al aire una magdalena mojada en cava del 83 no es otra cosa que recordar a los viandantes la poca cosa que son. ¿Sushi del VIPS? Si lo miras con la suficiente sofisticación lo que se te cae encima no es  arroz es la demostración palpable -directa a tu jeta- de que eres basura no vales más que cinco euros la hora por y para mi diversión, querido sector servicios al que pertenece la mayor parte de la población. Lo suscribe la rusa de apellido Kaláshnikov, esa que se lucra del sufrimiento ajeno y no es que me caiga bien, pero es igual que yo; todo le importa tres cojones y tiene tarjetas de sobra para comprar a quien disparar su cinismo fruto de la falta de amor. Yupis de la posmodernidad, nos reunimos cada domingo en un apartamento vacío sólo para cagar nuestro poder tirándote a la cara los platos que tú no te puedes permitir pero que nosotros pagamos gracias a tu puntualidad; lo que te tiro desde la superioridad moral de mi ventana no es foia de pato micuit, es una lluvia dorada sobre tu esfuerzo trabajando duro día a día hasta la cada vez más tardía jubilación. Es la burla de tu jefe, la indiferencia hacia ese préstamo asfixiante que nunca podrás pagar te jodes desahucio al canto y ahí va un helado de plátano, whisky y café, en parábola desde la psicopatía colectiva a tu sentimiento de inferioridad, gilipollas, desperdicio de este mundo al que no le importas ni tú ni tu cartera sino sólo hacer de la vida un vertedero cada vez más grande aunque sea con un montón de cadáveres hinchados muertos de hambre y no te creas tan diferente de mí, con la comida que te dejas cada medio día podrías alimentar a dos niñitos del África tropical. Pero vaya, que tampoco soy tu madre; lo mío no es decirte que te comas la comida, es tirártela a la cara plaf y já y já y já.

El piso

Currando en cualquier mierda de trabajo con desgana, dudando cada mañana si dejarlo, así, ya, ahora, mientras suena el despertador, sabiendo que todo tu esfuerzo no llega para pagar el alquiler a fin de mes, cobrando en negro lo justo para que algún colega te deje quedarse en el sofá. El Papín vino desde Chile a sus treinta y tantos, más ido que viniendo, porque ni papeles de residencia ni saber estar; niño eterno, perverso Peter Pan, un tipo siempre con ganas de más pero sin ninguna aspiración. El tipo de persona que de tanto pasar hambre ha aprendido a ser feliz mangando pasta y arroz, disfrutando de una buena comida como sólo lo saben hacer quienes no tienen ná de ná. Por eso mismo es que envejece sin aprender, sin buscar nada mejor ni querer crecer; si viste como un crío y juega a patinar en skate no es por un casual, y es que lo único que sabe hacer es ir por la vida como en un parque de atracciones donde él, el gran don nadie, ha adivinado el truco para ganar: no querer ganar. No querer ser nada. ¿Papín? ¿De qué? Hasta el apodo que él mismo se dio es una broma, una parodia de un futuro que es incapaz de engendrar; su legado no será más que el eco de una alegre explosión, las carcajadas resultado de dinamitarte desde dentro tragándote bombeta tras bombeta de mdma.

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Takane tiene tatuado un "suicídate" en su mano izquierda, en un dedo. El índice, el que da las indicaciones. Es zurda, y cada vez que hace algo -a su modo, al revés de como debería ser- se recuerda a sí misma que va en la dirección equivocada, pero que esa es la dirección que su propio cuerpo le pide seguir; africana, zumbada perdida, la oveja negra que pinta en óleos el color que le falta a su vida, queriendo dar significado a través de la expresión a todas esas botellas de vodka vacías, intentando otorgar algún valor a todas esas noches en que fue escupida de cualquier bar -igual que fue expulsada de la universidad o ignorada por los futuros divorciados que la acogieron en adopción- como a quien se le veta incluso el derecho a tener un lugar donde sentir no encajar, preguntándose cómo puede aguantar la gente sin drogas su día a día. Takane, la que siguió el camino que iluminaba la noche hacia la autodestrucción y se quedó loca, pillada, suspendida en ese agujero negro que tiene por boca y que todo lo devora pasándose más lejos de todo "te estás pasando" hasta tragarse a sí misma, cagándose luego, con su piel oscura, convertida en una sombra de lo que se supone que debía ser.

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Camello, okupa e ilegal. Eso es lo que tengo por compañero de piso, un inmigrante que sin casa ni trabajo se dedicó a reutilizar los excesos de la ciudad; empezó vendiendo carteras hechas con tetra briks, continuó haciendo de unos escombros su hogar y luego empezó a pasar. Su dedicación a tiempo completo es ir de raves, a las afueras, al bosque, y allí -bailando con las estrellas en el lago- se encontró una vez un montón de pastillas en la orilla, medio enterradas, como oro o una fiesta cristalizada en forma de piedras preciosas que él podía recoger. Y como quien tiene una revelación, ahí, escuchando trance y a la espera de que viniera un OVNI a por él, tuvo claro lo que hacer: ya hacía años que vivía al límite de la exportación por ilegal, ¿qué importa tener un motivo más o uno menos en una larga lista de excusas para echarte del país? Así es que acabó vendiendo coca, m y speed, lo que le valió para conocer a la chica con la que finalmente se casó y aprovechando los resquicios de estos callejones que llamamos ciudad, consiguiendo los papeles de residencia alcanzando el sueño americano del revés, por detrás, riéndote por lo bajini pa que no te vayan a pillar. No es lo que se dice un modelo a seguir, pero parece feliz.

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Perra de pueblo, de jaurías más que de correas, ella no entiende de ataduras sino de respeto en libertad; criada en el campo, en una llanura donde ejercer su espíritu fiel al ladrar y correr, no la intentes dominar porque a una fuerza de la naturaleza no le puedes poner bozal. No la provoques con tu celo o posesividad, que no te va a dar la pata por ningún semáforo moral y oye, te aviso de que jugar con ella a sacudiros como un juguete significa destrozar vuestra amistad. Porque se trata de amistad, aquí no hay amo y mascota y aunque existe una forma de domarla no es lamiéndola o moviendo la cola queriéndola engatusar; su ánimo ya está babeado de cualquieras a los que olvidar que suenan todos a pitidos de whatsapp, así que si quieres sacarla a pasear no la llames por su nombre una y otra vez hasta aullar trátala de igual a igual, con la firmeza y la determinación de la honestad. Tiene fino el olfato se huele lo que dices y también lo que no, así que acércate a ella claramente sin sacar los colmillos ni guardar el rabo entre las piernas; acepta que no puedes pedirle nada a quien nunca firmó un contrato de exclusividad. Así que enciende los altavoces, descorcha el lambrusco y ponte a bailar, porque la perra salvaje anda a dos patas se llama Vero y cuando su mejor amiga, la perra de verdad, se asusta por las noches del ruido de la ciudad ella la tranquiliza jadeando al ritmo de música tribal hasta que el amanecer entra a la habitación, momento en que se pone el uniforme para ir a trabajar pensando menos en ella que en la compañera que tiene que mantener. Sólo -sólo- son dos perras necesitadas de amor.

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Hermano tardío, la mala influencia con la que tanto aprendí a vivir; me acogiste como con naturalidad en contra de cualquier consejo racional, viniendo a sacarme por segunda vez del hospital puto loco gilipollas y bla blah ya ya sé que me pasé. Lo reconozco, te debo una también por ayudarme a encontrar el trabajo que ni de coña jamás quería conseguir pero más gracias aún por ofrecerme luego drogas, gracia y magia suficiente para pintar esta vida que llevamos y que de más jóvenes repudiábamos de los colores de un alegre cantar, haciendo de este laberinto de ciudad extraña para los dos un paisaje en el que explorar nuestros sueños e imaginación. Encontrando detrás de cada una de las calles en las que nos perdíamos desperdiciando los días ocupados en pasarlo bien algo grande y maravilloso, no serás mi hermano de verdad pero contigo he sentido lo más parecido a la fraternidad desde que me largué de casa sin vuelta atrás. Junto con los demás formamos una familia bizarra que no es familia pero es o que tenemos, esto no va de lo que quieres sino que la vida al final te pone donde a ella le da la gana y así acabamos juntos Papín, el padre que daba los peores consejos en temas de mujeres; Takane, la prima lejana pesada siempre dejando mal a toda la familia pero con quien te llevas mejor que con nadie; el camello, proveedor de m gracias al cual se hace posible la comunicación entre gente que tiene demasiado que le gustaría ocultar; Vero, la relación de pareja que por no ser noviazgo es que nos podemos soportar, ella es una perra y yo una lechuza sin nido discutimos a diario pero compartimos también el pasatiempo favorito de emborracharnos cada noche y follar; y Yuste, el hermano nacido de padres distintos que me hizo volver a creer en la familia, aunque acabáramos por separarnos yendo en direcciones opuestas, pero el que yo mismo me alejara una vez de mis padres y hermanos hace que entienda que esto funciona así, querer no basta, la gente a la que quieres no es siempre la gente que puedes tener cerca de ti.

Mandala

A veces se me ocurre que, quizá, podría esforzarme. A estas alturas ni yo me lo creo, pero imagínatelo. Armarme de disciplina y construir lo que se tiene por una buena vida. Para ello volvería a empezar de nuevo, quizá en otra ciudad, una vez más; me alejaría de todos mis malos hábitos y, desde cero, planificaría una rutina de costumbres discretas. Desde lo más básico a la estabilidad de un hogar hipotecado; tan importante es un buen desayuno como el plan de jubilación. A partir de este comienzo -el último- todo estaría guiado por el propósito de llegar a algún sitio, en vez de perderme en la mediocridad. Y lo digo en condicional, "si lo hiciera", pero de verdad: supongamos que renuncio a beber a diario, fumar maría y meterme rallas siempre que tenga ocasión. Y eso sería tan sólo lo primero, pero no lo principal; la cosa no es dejar las drogas, que también. Sólo es algo necesario para todo lo demás. Tener un horario estable, retomar la carrera, conseguir un trabajo mejor. Ahorrar en salud para invertir en estabilidad, consiguiendo guiar mis pasos hacia algo, algo concreto, todavía no sé muy bien qué pero sea lo que sea tendrá la forma de un futuro prometedor. Algo mejor que esto, se da por hecho. Esa es la idea. Una vida modélica -basada en el éxito, la armonía o la paz interior, lo que te dé la gana- que sirva de excusa para tomar cada decisión; un motivo tan fuerte que convenza a cualquiera de afrontar cada día como un escalón, una prueba que superar con paciencia y lentitud, confiando en un mañana que dé sentido a todo lo anterior. El premio, la recompensa tras el sacrificio. Algo de lo que sentirte realmente orgulloso. La autosatisfacción. Algo que tener en mente cada vez que vuelva a caer, porque sí, por el sencillo placer de hacer las cosas mal. Porque tiene que haber de todo en la viña del Señor.