Chuleta con espinas

Ella se crió en el campo y por eso su aspecto de salvajilla, a juego con la perra enorme que tiene como mejor amiga. Él, burlón, bromea a veces con lo iguales que son, azuzándola, riéndose de que la muy gitana gruñe a todos los machos cuando sale a pasear, sin acercarse nunca hasta delatarse dejándose domar deseosa como estaba de tumbarse ante ti... Y así es que lo acaba por morder; por mucho que sea el único a quien confía su mayor amistad, sin que haya tirones de correa para que salga con él a pasear, no deja de ser una perra y como no la trates bien no dudará en revolverse dispuesta a atacar. Hablo de la mascota, claro, no de la guapa que le da de comer. Pero cuidado, que aunque él siempre haya sido de gatos, acostumbrado a lamerse el ego antes que ser atento e irla a buscar, hay que reconocer que la mosqueona sabe mover los hilos para hacerte maullar; no puedes adoptar por la fuerza a un animal callejero que huele a los callejones de atrás, pero otra cosa es que siempre haya cena y cama preparada -incluso algún mimito quizá- para cuando vuelvas de no tener dónde ir. Pero eh, insisto: esto va de cómo juega ella, la chica, con él, el gato, ¡la mascota! Y no con la ilusión de quien la abraza a la hora de dormir. Y hablando ahora de los dos, de la perra y del gato, menuda curiosa relación; mira que se han enzarzado veces, marcando el territorio, demostrando que las cosas no son tan fáciles como para que baste con amar; una y otra vez se reaviva la diferencia entre los contrarios, erizándose la cola de uno -¡no aguanto el olor a perro en las bragas que te regalé!- ante los ladridos de la otra, que, dientes fuera, defiende  la libertad de correr desatada, masticar la pelota y volver si tengo ganas de jugar, sí, pero libre del anhelo por que me hagas sacar la lengua y jadear. Lo dice la ella gata, la orgullosa e independiente que ya ha visto hasta la cara oculta de la Luna como pa dejarse engatusar por un animal traicionero que cuando menos te lo esperes te va a bufar. Un caza ratones tan torpe que parece más bien atraer a la peste, siempre dándole con la cola a la confianza que guardabas en su fidelidad. ¡Pero buff! Si por alguien saca el gato su faceta de perrito en esta historia es por el cariño que ella -la muy perra- le aúlla tras la eterna discusión, atrayéndolo sin rabos entre las piernas y no solo por el pescado, o el filete, lo mismo da, sino domesticado al fin por esas caricias para los oídos que hacen que no pare de ronronear. Y eso sí que es para decir guau, porque a estas alturas de la ancestral rencilla entre razas tan distintas como iguales, pase lo que pase lo que provoque la separación será algo más que una discusión entre, yo qué sé, dudo acerca de quién hablo ya; diría que de un Romeo tan gato que es de postín, o al revés, y de una Julieta tan suelta que no muere por ti, por mí ni por nadie pero que muy en contra de su instinto tendría que ir para decirme adiós. Y es que blah, confieso como gato y perra a la vez, sin que haya mascotas sino amantes en esta relación, que nos veo antes matándonos que tomando direcciones opuestas y no te digo que lo siento, sigue mordiéndome la oreja, así, que no te voy a devolver la espina que tenías clavada en el corazón, atravesándote justo donde la falta de amor.

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