Un cuento típico

Ay, la niña... ¡Pero qué bonita era! Que vino al mundo en un parto sin dolor, a juego con el hogar en que creció. Sus papás, que tanto la querían, le regalaron una vida de ensueño donde nunca se escuchó ni una discusión, ni una regañina, ¡ni siquiera se decía no! Los compis del colegio la envidiaban tanto como se sentían incómodos a su lado, de tan perfecta que parecía. Siempre tenía la mano alzada y, para colmo, ¡la profe mandaba callar al resto de alumnos para darle la voz!... Lo que nadie sabía es que hubo una cosa, una sola, que nunca se le permitió. Lo único que se le negó, el mayor de todos sus deseos. Y quién sabe si algo habría cambiado si, en lugar del telescopio, el piano y las cortinas de princesa le hubieran concedido su ilusión... ¡Pero no, eso no podía ser! ¿Y si la arañaba, al jugar? Lo que la chiquilla quería, en fin, era un gatito. Un minino que ronroneara a su lado al dormir. Pero no. En su lugar, la cubrieron con un velo de fantasía, unas cortinas rosas que harían de ella una princesita sin apuros y así sus papás, siempre por amor, levantaron entre el mundo y ella un muro de ribetes y bordados y ya nunca, jamás, nada la podría dañar.

Sin embargo, ¡qué sorpresa les daría la niña a todos! Que por no morder la manzana prohibida, sobre ella cayó una maldición. Encerrada en la torre en que se había convertido en su habitación, cayó en la apatía y lloró, lloró y lloró. Sus papás, que todo lo hacían bien y nada entendían, con regalos y un futuro prometedor la quisieron salvar pusieron ante su hijita un piano mientras le decían, no estés triste, no te mojes con tus lágrimas pulsa aquí y aquí, si lo haces bien sonará la clave de tu felicidad. Serás una gran pianista y todas las puertas se te abrirán. ¿Pero y a ella, alguien le preguntó lo que quería ser? Tocó tocó y tocó, desesperada, llamando en el silencio de las teclas que nunca se atrevió a pulsar al gatito que la vendría a amar. ¡Un miau, la palabra mágica que del sueño eterno la podría despertar! Qué crueldad, pues su do re mi fa sol sólo era un 3, 2, 1... Adiós. Una cuenta atrás para los chicos que, bajo su ventana, jugaban a esconderse de esa niña timidita que nunca se atrevía a responder cuando, al salir de clase, le preguntaban si quería entrar con ellos a la cabina de teléfonos y charlar. Cerquita, de tú a tú.

Y así, solita y apenada, la chica pasaba las noches pegada a la ventana, ¿es que ningún felino querría trepar nunca a su castillo? Sin ronroneos y en su cama, dejaba entre silencios volar su imaginación. Cogía el telescopio que le compraron por Navidad y, donde había estrellas, los ojos de mil gatos veía ella. Los acariciaba con la imaginación y se decía que, entre todos esos guiños, alguno estaría ahí por ella. Y así fue que decidida, con ahínco e ilusión, siguió las pistas del desamor buscó en los horóscopos y el cielo exploró, en solitario, sin encontrar más que un escorpión, ¡una balanza rota! Un pez tan tonto que, contagiado del orgullo del león, un toro se creía y siquiera se le escuchaba resoplar. ¿Dónde estaba el gato, tan difícil era que ni en el cielo se dejaba atar? Empequeñecida por el dolor, en coraza se convirtió su corazón y cuando un niño de dos filas más atrás se enamoró de su pelo, ella no se lo pudo ni creer. Eso era algo que escapaba al cuento de hadas y desdicha en que el gato, ese que nunca tuvo, le peinó los brazos como un pastel de nata a tajos rajando por donde dejar salir la ansiedad, sangre o soledad, ¿maldición o enfermedad? No es que se sintiera fea, sólo quería tener el control que nunca le dejaron tener.

Creció, triste y jodida, sin que ningún miso le sacara la espinita que tenía en el corazón y en una crisis de autoestima, se hizo un piercing en la lengua queriendo gritar su identidad. Nunca he tenido voz, siempre toqué en clave de un sol que no era el mío y joder, ¡ni siquiera llevé otro peinado que aquel que me hacía mi mamá! Mimosota y cariñosa, pobrecita, había vivido una fantasía que no le correspondía nunca había disfrutado de un orgasmo el mayor acto de amor propio que hizo, a solas, fue destruir la belleza que le habían inculcado y debía ser. Se tiñó de rubia, ella sola, en casa mezcló químicos prozac y decolorante, hasta quemarse la piel en la búsqueda de su color. Que no era el rosa, las putas cortinas no podrían ocultar ahora el cuero cabelludo que le ardió todo abrasado.Y las raíces, por parches, quedaron verdes mientras otros mechones salieron blancos y desquiciada, entre llantos, se tiró del pelo viendo aterrorizada cómo se le estiraba, princesa chicle, princesa de pompa de mentira.

Años más tarde el chico del colegio le escribió, no pretendo nada, le decía. Sólo quiero decirte que fue bonito. Siempre te recordaré como mi primer amor infantil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario