Una casa en llamas

Sueño con coger un avión que me lleve a otra parte, no sé muy bien adónde, pero eso aún no ha sucedido; de momento sigo en la ciudad de siempre, donde nací. Muevo los brazos arriba y abajo, entre sonriente y llorón, todavía con cara de niño, ayudando a mi padre a sacar las bolsas del maletero. En el lado pone "Mercadona", pero no estamos haciendo la compra del mes y, de hecho, me pregunto qué pensaría cualquiera que nos vea al pasar, en el polígono, a las afueras de la ciudad; un barrigudo la ostia de feo y su hijo, encanijado y peliazul, sucios y desgastados porteando bolsas, como si fueran los miembros descuartizados de un muerto del que deshacerse en una cuba anónima, las bolsas con los escombros de un futuro resquebrajado que tirar a la basura, sin más.

Me levanto bien temprano para trabajar con mi padre, en la obra, desde las nueve hasta que comienzan las clases por la tarde y mientras el cuerpo aguante la resaca del día anterior; tengo ojeras, bebo cuanto lleven mis amigos en la cartera y bailo como sólo los comemierda saben bailar, movido por la misma rabiosa alegría que mañana, al despertar, me dará las fuerzas para que mi padre y yo nos contemos chistes y a la vez nos peleemos, martillo en mano, derribando muros, arreglando el bar donde vivimos y que no tiene ni luz, ni agua ni nada más que un montón de ilusiones carcomidas que, al ser golpeadas, se caen a pedazos descubriendo nidos de cucarachas muertas, el cementerio entre losas y ladrillos en que estaba abortado nuestro futuro antes de nacer.

Mi madre nos ayuda a limpiar, es a lo que se ha dedicado siempre; ahora está en la casa de una vieja, escuchando cómo el viejo le dice guarradas cuando nadie los ve. Lo que ha hecho toda la vida, recoger mierda. Vestir la ropa de tus primos, recibir ayuda de Cáritas, comprar harina para hacer el pan porque sale más barato que una baguet. Aceptar que la vida no va de lo que te mereces, sino de fregar los platos de otros; hacerle la cama con cariño al futuro deseando algo mejor, para tus hijos, y al final acabar sintiéndote culpable de ha sido así; es lo que hay, si no tienes no puedes elegir.

Mi padre heredó el local de mis abuelos y ahora echamos abajo la barra, donde antes se servían copas y se ponían tapas, hace años, cuando las cosas iban bien y demás; ya sabes, la historia esa de la opulencia que se desinfló y en cuyos restos estamos instalados hoy. Veo los brazos como árboles viejos de mi padre y siento que lo que cae al suelo destrozado no son cascotes, sino el trabajo de toda una vida echado a perder, el peso en las ruinas de lo que no fue. Al principio yo ni siquiera era capaz de alzar el martillo; imagínate, un canijo con gafas que no había trabajado en su vida, acostumbrado a no tocar otra cosa que su propia polla y siempre frente a una pantalla, sin saber lo que es enfrentarse a una putada de verdad, esos problemas de la vida real donde no puedes volver atrás. El primer día se me levantaron trozos de piel en cada mano, como si me estuviera curtiendo en cuero y antes me tuviera que despellejar; más tarde, cicatrizadas las heridas, me siento fortalecido no tanto por el ejercicio físico, sino por derribar todo lo que antes me gustaba y que ahora hay que romper.

Me dan ganas de prenderle fuego al mundo, para que sepan lo que es querer escapar de tu propia casa y no tener ni idea de adónde ir.



2 comentarios:

  1. Vengo de leer tu comentario. Hoy estoy mal y eso, pero tu video me ha ayudado a evadirme. Sólo te digo que quiero verlo más veces para aprender algunos pasos de baile!! y bueno cada vez que leo un texto nuevo tuyo me impresiono de lo que vas madurando...ya no es igual que al principio. Siento que los escritos son muy intensos y que he de leerlos lentamente porque contienen verdades sobre las que tengo que pensar.

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  2. ¿En serio causo esa impresión? A mí me molaba ser un adolescente desavenío que escribía con ganas de clavarle el bic a alguien, jajaja.

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