Mor

El sol se cuela por la ventana, a hurtadillas, avisándome de que llega un nuevo día que no tardo en despedir; echo la persiana y adiós al mundo real, que le den a esa ciudad tan grande y maravillosa que hay bajo mis pies, prefiero soñar... Uno, dos... tres, cuento tres comprimidos dormicum -la llave a la felicidad- y de nuevo me sumerjo en ese imperio donde yo soy el único rey. Nunca pedí ser parido a este lugar en el que todo duele y al final te mueres sin haber conseguido alcanzar eso con lo que no haces más que soñar, así que dimito, sin más, y, ahora que aprendí a controlar lo que sucede cuando me voy a dormir, destronando a Morfeo en un sueño lúcido en el que dibujo la realidad a mi voluntad, cierro los ojos a la vida y me convierto en Dios. Las pastillas se disuelven en mi boca y yo sólo pienso en despertar al otro lado, rindiéndome al sueño mientras desando el camino de la vigilia: me levanto de mi cuerpo -que dejo atrás, en la cama, en las ruinas que llamo mi habitación y por donde deambulo como dormido preparándome para el trabajo o buscando compañía en mi ordenador- y paseo en un viaje astral; una vez que ya no estoy en mi habitación, tumbado como un muerto, sino, no sé, al otro lado, recorro la casa -ya sin tener que afeitarme o comer- alejándome de la consciencia, buscando la salida y olvidar por qué es todo tan repugnante y quién soy yo; doy los buenos días al sueño y ando como un fantasma que clama por escapar del lugar al que anda atado por un hechizo o el contrato del alquiler; en el pasillo -tras el baño donde ya no me hago una triste paja antes de dormir- tropiezo con el nombre que alguien grabó en un cuenco -Caca, pone que se llamaba- y que si no recuerdo mal pertenecía al gato, que ahora que se ha descompuesto perdiendo su corporeidad ya no sé cómo bautizar, pues de él tan sólo queda el eco de un maullido que ahora tan sólo resuena como un recuerdo del más allá. Conforme me alejo de mi cama -cruzándome con las plantas que hace tiempo supongo que se secaron por no regar- mi vida anterior comienza a trastabillar; las formas se vuelven un poco más imposibles y para cuando monto en el ascensor ya no bajo a la calle, a los rieles de esa existencia aséptica que no es más que un horario programado en el despertador; pulso el botón que debería llevarme al portal pero a donde voy es a esas historias que anotaba mentalmente mientras servía el primer y el segundo plato preguntando si desea postre, señor, funcionando apenas como un transformer con dos o tres aplicaciones al que desconectan cuando termina sus tareas para dejarlo descansar un poco, lo justo, como un sonámbulo que sólo cambia el pijama por el uniforme sin que haya fin de la jornada laboral. Pero no, ya no; he tomado los suficientes somníferos como para que el resplandor que se ve ahí afuera, tras las rejas de la puerta -y que no debe confundirse con las luces de neón, esas fiestas en las que me escondí tras los efectos del alcohol y alguna que otra cosa más en una sonrisa y un bailoteo con quien fuera a quien untarle los pezones de cualquier cosa pegajosa marca Lidl- que aún me ataría aquí, pegado, en fin, si no hubiera tomado los suficientes sedantes como para que esa luz onírica proveniente de mi imaginación queme estas retinas de lúcido que sabe que es mejor soñar, olvidando a esta y aquella rechazando intentarlo en pos de vivir una de esas fantasías de los cuentos y Disneyland, y así hasta convencerme de que esto -sea lo que sea- es más real que lo real, pues río o lloro de forma más vívida que durante ese período de entresueño que es el día a día, una pesadilla recurrente en el que siempre sucede la misma película de bajo presupuesto con una mierda de guión. Suicido la vida que llevo a cabo despierto y así es que -cuando termino de caer dormido definitivamente, dejando de sentir el tacto de las sábanas y las preocupaciones hasta que dejo incluso de escuchar mi propia respiración- llego a la puerta de esta prisión cuyas cerraduras volé por los aires recluyéndome no ya en un paisaje poblado de mis anhelos sino en una hoja en blanco donde tengo a mi disposición una paleta de nuevos colores que nunca pude ver con mis ojos de verdad.

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