Cordón umbilical

Bajo las escaleras del metro mientras hablo con mis padres, diciéndoles que pronto me quedaré sin cobertura; no dejan de insistir en si estoy bien, repitiendo que si me pasa algo puedo contar con su ayuda, a lo que yo me limito a responder como un robot; tengo ganas de hablar con ellos, de verdad, pero de algún modo las palabras no salen de mi boca. Me limito a decirles que sí, que me va genial; les digo eso mientras cruzo el torno, colándome ahora que no hay seguratas. Les digo que muy bonito todo mientras tengo que colarme en el metro porque en verdad ya no tengo trabajo, me echaron, y ahora se me empieza a agotar el dinero.  Y claro que tampoco les digo que mi dieta se ha monotonizado en pasta y arroz. En su lugar les cuento maravillas de la nueva ciudad en la que vivo, en qué mato el tiempo y lo bien que me van las clases, hasta que al final hablo de todo menos de lo que de verdad me importa, sin que siquiera me sale algo bonito que les haga ver que me importan. Que aunque me haya mudado y viva lejos me acuerdo de ellos, que si no los llamo es porque estoy ocupado; que yo también los he echado de menos, por más que ahora quiera colgar. Y así llego al andén, entre muchos sí sí y algún te llamaré; rodeado de gente, todos esperando. Oigo a alguien hablando por teléfono, dejando caer lánguidamente frases parecidas a las mías y a la de tantos otros -a ver si hablamos; sí, nos vemos, hasta luego-, y estando los demás callados y escuchándose tan solo a nosotros dos parece que nos hablemos el uno al otro, manteniendo una conversación no muy distinta de la que yo mismo tengo con mis padres; una rutina de falsedades prefabricadas que termina por aturrullarme y que hace que me imagine con cara de idiota, hablando con quienes se supone que debería tener confianza pero no es así. Están alargando la despedida más de lo que soporto y ya no sé ni qué decir. Al final me salva el metro; me monto en el vagón y la llamada se vuelve cada vez más difícil, todos esos no te escucho y se me va a cortar, sus llámame pronto y un te queremos que apenas me llega y al que no puedo responder, interrumpido por el ruido de las vías y el adiós que no le digo ahora, sino antes, cuando me fui, porque ahora ya estoy lejos y la línea invisible que nos une hace tiempo que se rompió. Guardo el teléfono.

Sé que no los llamaré.

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