No hay música

¿Sería posible hacer un libro sobre alguien a quien no le sucede nada? Una historia sin crímenes, sin capítulos que acaben siempre en el momento oportuno para enganchar al lector, pues éste ya sabría de antemano que nadie va a encontrar el amor; imagínate, por ejemplo, una pareja que va a una cafetería, charlan un rato, pueden incluso discutir, o darse un beso, yo qué sé. Lo normal. Y luego -cuando sea- piden la cuenta. Y ya está, ahí acaba. ¿Se vendería algo así, tan poco epopéyico, tan cotidiano? Una historia donde los protagonistas sean gente de a pie, con esa clase de drama diario que te deja sin saber qué pensar. Como cuando se te muere un ser querido, que preguntas por qué por qué y no hay respuesta alguna, sino que sólo puedes llorar.  No hay ningún guionista en los cielos a quien puedas culpar y pegarle un puñetazo.No sé. No dejo de pensar que si quisiera hacer un retrato de verdad, auténtico, con el que alguien pudiera realmente identificarse, en fin. Entonces tendría que escribir sobre un anónimo. Aquel que se equivoca de número al llamar y que, cuando cuelgas el teléfono, te preguntan: ¿quién era? Y tú dices: “nadie”. Ese tipo de gente con quien te encuentras en el metro y que, si acaso, miras un rato. Un minuto, dos. O tres, da igual. Lego te vas. Sin volverlo a ver jamás. Extras que al final de la película se mueren sin haber aparecido nunca en pantalla, pues su cometido en la vida era vender melones, pasear al perro mientras su niña juega al ordenador. Uno de esos adolescentes que con granos o sin ellos más pronto que tarde crecerá y la modestia podrá con él, acabando con esos sueños de ser alguien. No digo importante, digo alguien. Cuando morimos no hay banda sonora, todos somos abono orgánico y la única música que nos despide es la que emiten las máquinas que tienes conectadas a tu corazón. Pliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin. Hace tiempo me colé en las ruinas de un teatro romano, ya de madrugada, cuando no había nadie más que el guardia de seguridad. Un enorme monumento que miramos desde fuera, como turistas, sin pisar nunca el escenario principal. Y allí es donde me puse a corretear y bailar, sintiéndome excluido de la Historia al tiempo que las suelas de mis zapatos pisaban las mismas gradas donde hace tanto tiempo unos tipos con túnicas blancas se sentaron, con sus preocupaciones de entonces y sus cosas de ellos. ¿Qué haría el cocinero del César a eso de las tres, después de comer? Me pregunto si alguien bailará sobre nuestra anónima tumba colectiva en el año 3000, haciendo arqueología de nuestros cómics como si fueran una antigua religión, ignorando que el propósito real de cada escritor era abrir las piernas de aquella tía de la que entonces estaba enamorado. La vida pasa y cada vez nos conformamos con menos; ser una estrella del rock, la casa de tus sueños. Y al final consigues ese puesto por el que todo el mundo te felicita y luego, una tarde cualquiera, le confiesas a un amigo que, joder. Que estás harto. Que odias tu trabajo. Que no dejas de pensar en esa tía que conociste el otro día y de la que todavía no sabes nada. Bah. Piénsalo: el Big bang, un petardazo de dimensiones divinas, y, luego, ya casi al final de la eternidad, nos encontramos con que no sólo no tengo ni puta idea de qué hacer mañana por la tarde, sino que además se me ha acabado el tabaco y no sé quién coño es esa que tengo al lado cada mañana al despertar.

2 comentarios:

  1. ¡Qué oportuna la pregunta con la que abre usted este texto! Precisamente hoy he acabado “Tentativa de agotar un lugar parisino” de Perec, un libro que no llega a las cincuenta páginas en su edición original y en el que Perec se limita a describir lo que no sucede en la Plaza de Saint Suplice de París. El escritor se tomaba un café en una cafetería con vistas a la plaza y anotaba en un cuaderno todas las banalidades que pasaban delante de sus ojos. Tengo entendido que eliminó algunas escenas por considerarlas demasiado relevantes. Claro que se puede escribir sobre alguien a quien no le pasa nada. Hay toda una literatura que se interesa en lo que no pasa o en lo que apenas pasa. Flaubert decía que quería escribir una novela sobre la nada. Marguerite Duras hablaba de ausencia: “Escribir no es contar historias. Es lo opuesto a contar historias. Es contar todo a la vez. Es contar una historia y la ausencia de esta historia. Es contar una historia que pasa por su ausencia”.

    Claro que se puede escribir sobre alguien a quien no le pasa nada. Mire, acabo de rellenar un párrafo sobre lo que otros han dicho de la nada. Seguro que usted también tiene algo que decir, yo ya le dije el otro día que últimamente solo me apetecía escribir sobre eso.

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  2. Heidegger habla de los falsos caminos de los bosques, aparentes senderos por los que en realidad nadie ha caminado jamás. Sólo es que el ojo humano -cuentista e historiador- une los puntos y forma una línea, otorgándole un sentido a un puñado de hojas esparcidas al azar. Ponemos música a nuestros paseos, lo convertimos en película. Hacemos de lo sucedido en una plaza un relato, pasando por el colador aquello que considerábamos demasiado relevante para así dar forma a lo informe: una piruleta que se cae, un cruce de miradas. Una persona que nace y se muere. A mí también me apetece escribir sobre estas tonteridas; como te comenté, cuando me propuse algo unitario con capítulos enlazados unos con otros me colapsé. Me atrae más el microrrelato fragmentario, qué posmoderno soy : D

    PD: Qué guay, me estaba acordando de ti al escribir; si no recuerdo mal eso de los romanos y el año 3000 es original de un sms que te escribí.

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