Águilas follando mientras vuelan

Caminar con lo puesto, coger con tus propias manos la comida de cada día, arrancándola de los árboles bajo los que descansarás al anochecer; porque el dinero no crece de la tierra, pero casi todo lo demás sí. Trepar un risco -descalzo, para agarrarte mejor- y al mirar hacia delante no ver más que horizonte, una promesa bonita siempre por cumplir, animándote a seguir. Hablar hasta pasada la madrugada porque, si lo decidimos, este será nuestro fin de semana; y follar porque llega la oscuridad, acariciándonos, salvajes, como lobos en celo que aúllan a la luna de los enamorados. Arroparnos con las mil luces que brillan en el cielo, el mismo brillo que tienen los ojos de una mujer bonita invitándonos a su habitación. Darte baños de barro rojo y pintar con los dedos tu piel; en vez símbolos arcanos como el ABC, figuras agazapadas en el arcén, disparando flechas a un camión. Que el clima sea lo que se huele en el aire, descifrando las futuras lluvias o el soleado en la brisa que acaricia una cara desconocida, sin espejos donde te puedas reconocer; una cara que tan sólo puedes intuir en los charcos que quedaron tras las tormentas, los ciclones bajo los que te duchas en bolas mientras gritas renegando de Dios, bailando con los rayos y demás ídolos paganos como el bosque o un tambor. Tomar setas alucinógenas y no ver madera, recursos, leña. No ver ya ni siquiera la palabra á-r-b-o-l, sino encontrarte de frente con algo más; algo imposible de pronunciar, mágico, y que late al mismo ritmo que tú. Algo que también respira en una fotosíntesis de locura donde dejas de unir los puntos que dan forma a cada constelación, volviendo a llamar a las estrellas por nombres más antiguos que aquellos que les impuso la razón. Saltar, desnudo y temerario, a pozos  y cuevas donde nadie se adentró; descubrir el mundo que hay a la altura de la mierda de serpiente, los misterios que se encuentran bajo cada piedra, el subsuelo donde habitan las hormigas y los gusanos, hojarasca y cuerpos putrefactos haciendo de abono orgánico, todo ese fondo podrido negro que no es sino el universo pugnando por nacer en una flor. Eso es lo que me cuesta el alquiler cada mes; no es dinero, es todo aquello a lo que renuncio cuando cada noche programo el despertador.

2 comentarios:

  1. Vivir las estaciones y hablar hasta la madrugada porque si lo decidimos, este será nuestro fin de semana. Sentir que el tiempo se dilata y que adquiere otros ritmos. Y entonces empezar a percibir como muy ajeno todas esas intromisiones de la ciudad. Comenzar a saborear la comida porque sabes de donde viene.
    Contar cuentos, jugar con la tierra y que nos piquen las hormigas. Leer y volvernos místicos porque no hay mucho más que hacer. y follar porque llega la oscuridad...y oler la madera, el musgo. Que no haya cobertura.

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    1. Te voy a copiar una frase, no te digo na' y te lo digo to'.

      (Ya sabes que siempre he sido un fanático de las escapadas al campo, al venirme a Barcelona es una de las cosas que echo de menos; no poder coger e irnos un fin de semana al bosque de detrás de tu casa, al Chorro o al Morlaco, esos nombres que suenan casi ridículos pero que una vez allí -en un paraje natural de mentira- te sobrecoges y en cuanto llevas unos días haciendo el animal la cobertura que pierdes no es la del móvil, sino la que todos tenemos con la ciudad. Cuando volví de aquella semana de intento de senderismo con el 15-M lo tuve bastante claro: de mayor, yo quiero ser el loco del monte. To' tatuado y dedicándome a escribir, si acaso, en los árboles).

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